sábado, 28 de mayo de 2022

El enigma cartagenero de Turing

Alan Turing| Fuente


Con más de 2.500 años de historia, la ciudad de Cartagena es uno de los mejores destinos turísticos culturales de nuestro país, una visita imprescindible que nunca defrauda. El imponente Teatro Romano, construido en tiempos del emperador Augusto en el siglo I a.C., el Barrio y Museo del Foro Romano junto con el recién inaugurado Parque Arqueológico del Molinete, o los refugios de la Guerra Civil, ocupan merecidamente los primeros lugares en prácticamente todas las guías para el visitante. Pero esta ciudad esconde rincones más desconocidos, aunque no por ello menos interesantes.

Fuente: Wikimedia Commons


El Museo Histórico Militar (Plaza de las Puertas de La Serreta, s/n) recoge la historia de la artillería y de las unidades asentadas en la ciudad de Cartagena desde el siglo XV hasta la actualidad. Situado en un imponente edificio neoclásico que albergaba un antiguo cuartel militar, la actividad expuesta ocupa dos plantas alrededor de un patio central. Cañones de todo tipo y procedencia, municiones, armas ligeras, uniformes y una impresionante colección de maquetas de vehículos militares, llenan los espacios y salas de este magnífico museo. Y es precisamente en una de esas salas donde podemos contemplar un curioso artilugio que puede pasarnos desapercibido ante la imponencia bélica de otros objetos. Se trata de un instrumento con teclado alfabético, que se asemeja a una máquina de escribir antigua, que esconde una de las hazañas más apasionantes de la ciencia y la historia de la Segunda Guerra Mundial.

Tras la Primera Guerra Mundial, los alemanes Arthur Scherbius y Richard Ritter fundaron una empresa de ingeniería en la que mejoraron para su comercialización una ingeniosa máquina compuesta de rotores, a la que llamaron Enigma, utilizada para cifrar y descifrar mensajes codificados. La máquina Enigma, en sus distintas versiones, salió inicialmente a la venta para un uso militar pero también estaba disponible para empresas que buscaban una comunicación interna entre sus sedes que no pudiera ser captada por la competencia.

Durante la Guerra Civil, el bando sublevado del general Franco utilizó una veintena de estas máquinas para las comunicaciones entre los altos mandos militares, aunque como los alemanes no se fiaban mucho de que pudieran caer en manos enemigas proporcionaron a los franquistas el modelo de la gama comercial. Y es precisamente una de estas máquinas de uso civil la que podemos contemplar en el Museo Histórico Militar de Cartagena, según fuentes del propio museo.

Fuente propia

Sin embargo, fue en la Segunda Guerra Mundial donde la Enigma tuvo su uso más relevante, con su merecida fama de ser indescifrable, como medio habitual de comunicación codificada de las tropas nazis por. Hasta que llegó nuestro protagonista de hoy, Alan Mathison Turing, un brillante matemático que nació en Londres en 1920 y al que se le considera como uno de los padres de la ciencia de la computación y de la informática moderna.

Alan Turing lideró en Bletchley Park —un emplazamiento militar secreto ubicado en una mansión victoriana al sureste de Londres— a un equipo multidisciplinar de criptógrafos que consiguieron descifrar el código de la máquina Enigma, con la consiguiente y vital ventaja bélica de anticipación de maniobras del enemigo. A finales de 1939 y mediados de 1940, Turing y el también matemático Gordon Welchman, desarrollaron una máquina a la que bautizaron como Bombe, con la que consiguieron descifrar con éxito algunas de las transmisiones con la Enigma.

Algunos historiadores estiman que gracias a Alan Turing la Segunda Guerra Mundial duró dos años menos de lo que realmente duró y se salvaron millones de vidas. Lejos de ser aclamado y reconocido como un héroe de guerra, Turing tuvo un triste e infame final.

En 1952, siendo ya un científico de prestigio, fue arrestado por mantener relaciones con otro hombre. Con la convicción de que no tenía por qué ocultar su condición sexual ni arrepentirse de nada, no se defendió de los cargos y reconoció su homosexualidad. Fue condenado por ello. Para evitar la cárcel, se sometió a un tratamiento hormonal de castración química con estrógenos sintéticos para reducir la libido, algo que lo destrozó en su aspecto físico y lo condujo a una profunda depresión. Dos años después, Turing apareció muerto en su casa de Wilmslow. Tenía 41 años.

Sabemos que su muerte fue debida a una intoxicación aguda con cianuro potásico, pero nunca se ha podido aclarar si fue de forma voluntaria o accidental. Alan Turing murió envenenado lentamente por los prejuicios y el odio de la sociedad que lo señaló y condenó por su condición sexual, algo que es más letal que el peor cianuro.

Y para terminar, si habéis visto la película Descifrando Enigma ('The imitation game'), con el gran Dr. Strange-Benedict Cumberbatch en el papel de Alan Turing, no hagáis ni caso a la personalidad histriónica y freak de Turing, porque no se parece en nada a la realidad histórica del personaje, que era precisamente todo lo contrario. En fin, lo de siempre. 

sábado, 21 de mayo de 2022

Los catasterismos de la Ciencia murciana

María Cascales tuvo su merecido
'catasterismo' en 2018| Fuente


Si salimos a la calle para preguntar por ilustres personajes de la historia de la ciencia en España, ¿cuántos nombres escucharíamos?... Santiago Ramón y Cajal, Margarita Salas o Severo Ochoa son quizá los más conocidos, aunque este último obtuviera el premio Nobel de Medicina con la nacionalidad estadounidense. Quizá también es posible que aparecieran nombres como Miguel Servet, Jorge Juan, Celestino Mutis, Blas Cabrera, Torres Quevedo… Y a lo mejor hasta el cardiólogo Valentín Fuster, que ahora mismo es nuestro investigador nacional más citado en la literatura científica.

Pero no lo dejemos aquí y pensemos ahora en personalidades de la ciencia y la tecnología que nacieron en la Región de Murcia o estuvieron vinculadas de forma relevante con esta calurosa región del sureste, donde nació un servidor. 

Hay dos colosos de la ingeniería a los que todos conocemos o deberíamos conocer en profundidad. Se trata de Isaac Peral y Juan de la Cierva, a los que debemos, respectivamente, la invención del submarino eléctrico y el autogiro. Ambos son reconocidos y admirados más allá de nuestras fronteras. Pero, ¿podemos citar más nombres?

Aunque no encajaría en la definición moderna de científico, es razonable destacar al rey Alfonso X de Castilla, conocido como «el Sabio», gran promotor de la astronomía de su época y de la que participó activamente. Hasta hay un cráter en la Luna, llamado Alphonsus, en homenaje a este monarca.

Puede que los más avanzados hayan escuchado que José Echegaray, Premio Nobel de Literatura en 1904, pasó parte de su infancia en la ciudad de Murcia y la recordaba con cariño siempre que se la mencionaban. Echegaray fue uno de los mejores matemáticos españoles de su época. Otro insigne de las matemáticas, el riojano Julio Rey Pastor, afirmó sobre él: «Para la Matemática española, el siglo XIX comienza en 1865, y comienza con Echegaray».

¿Alguien más? Pero sin mirar internet... Vamos allá.

El cartagenero Marcos Jiménez de la Espada fue uno de los zoólogos más prestigiosos en la Europa del siglo XIX. El biólogo José Loustau, primer rector de la universidad de Murcia, aparte de su importante producción científica fue todo un renovador de la institución universitaria y consiguió su consolidación definitiva.

Si Santiago Ramón y Cajal es la voz más universal de la ciencia española, hay que mencionar que tuvo cuatro discípulos murcianos: Luis Calandre Ibáñez, Román Alberca Lorente, Luis Valenciano Gayá y Antonio Pedro Rodríguez Pérez, a los que dediqué este post en 2017. A Calandre se le considera como la persona que introdujo las técnicas modernas de la cardiología en nuestro país, Román Alberca y Luis Valenciano renovaron la psiquiatría murciana, y el ciezano Pedro Rodríguez dejó una amplia obra científica sobre histología, nutrición, neumología, endocrinología y medicina interna.

Y tenemos a la bioquímica cartagenera María Cascales Angosto, la primera mujer que ingresó como académica de número en la Real Academia Nacional de Farmacia. Y también la primera mujer científica que pertenece al Instituto de España (IdeE).

El término catasterismo es un cultismo que proviene del griego y significa «colocar entre las estrellas». Es una manera de referirse al proceso a través del cual un personaje de la mitología clásica se transforma en una constelación u objeto estelar, pasando así al paseo de la fama de la bóveda celeste, al eterno recuerdo cósmico. No tenemos a científicas y científicos murcianos dando nombre a regiones del firmamento, pero sí que los tenemos más cerca, en avenidas, calles y centros educativos o sanitarios de nuestras ciudades y pueblos.

Todos los nombres propios que acabáis de leer denominan a uno o varios de estos emplazamientos de nuestro paisaje. Han pasado a la posteridad, como un catasterismo urbano permanente, para recordarnos su vida y obra. Pese a todo, algunos de ellos siguen siendo desconocidos, incluso para los que viven en una calle o avenida que lleven sus nombres.

¿Y hay más? Pues sí, y no son pocos. El Diccionario biográfico y bibliográfico de la Ciencia y la Medicina en la Región de Murcia (Editum, 2016), es una obra de 1.500 páginas en dos volúmenes, que recoge más de trescientas biografías de figuras murcianas de los siglos VII al XX, todas ellas con trabajos científicos publicados o patentes de reconocido interés. Habéis leído bien, ¡más de trescientas biografías! Y faltan los protagonistas del panorama científico más actual, que no son pocos.

La ciencia constituye el mejor instrumento del que disponemos para entender todo lo que nos rodea, pero también nos sirve para facilitarnos vivir más tiempo y con más calidad. Y aquellas y aquellos que lo han hecho posible, con sus nombres y apellidos, merecen su catasterismo.

Mientras tanto, podéis ir mirando nombres de calles, plazas, institutos, etc. a ver si reconocéis alguno. 

Buen finde ;)