domingo, 14 de diciembre de 2025

Aldous Huxley y Iron Maiden, la música de 'Un mundo feliz'


 



Este domingo que cierra una semana donde Robe Iniesta nos ha dejado huérfanos, me apetece compartir con vosotros esta extraña conexión.
 
A primera vista, Aldous Huxley y Iron Maiden no deberían compartir espacio en la misma frase. El primero, un intelectual británico, heredero de una estirpe científica y literaria, autor de una de las distopías más influyentes del siglo XX. Los otros, estandarte del heavy metal, banda sólida con guitarras afiladas, camisetas negras con la imagen de Eddie The Head y estadios llenos.

Huxley publicó Un mundo feliz en 1932, cuando el siglo XX aún se permitía creer en el progreso sin demasiadas dudas. Lo que propuso no fue una distopía de botas militares y censura explícita, sino algo mucho más perturbador, una sociedad perfectamente funcional, estable, productiva y feliz… a costa de haber renunciado al pensamiento crítico, a la cultura profunda y a la libertad real. ¿Nos suena? No hacía falta prohibir libros, porque nadie quería leerlos. No hacía falta reprimir, porque la química, el entretenimiento y el consumo mantenían a la población dócil. Huxley entendió que el control más eficaz no se impone por la fuerza, sino por la comodidad.

Décadas después, en un contexto radicalmente distinto, Iron Maiden llevaba ya un cuarto de siglo demostrando que el heavy metal podía ser muchas cosas, pero no simple. Desde su fundación en el Londres de mediados de los setenta, la banda de Steve Harris construyó un imaginario donde la historia, la literatura, la guerra, el mito y la ciencia convivían con guitarras afiladas y baterías galopantes. Mientras otros grupos apostaban por la provocación inmediata, Iron Maiden apostó por canciones largas, letras densas y referencias que exigían algo más al oyente.

Cuando en el año 2000 publicaron Brave New World (Un mundo feliz), nada en aquel título era azaroso. El disco marcaba el regreso de Bruce Dickinson y Adrian Smith y abría una nueva etapa creativa para la banda, pero también funcionaba como una declaración de intenciones. Llamar así a un álbum en el cambio de milenio no era solo un guiño literario elegante. Sonaba a advertencia.

Brave New World no narra la novela de Huxley, no describe castas ni laboratorios ni condicionamientos infantiles. Hace algo más sutil y, por eso, más fiel al espíritu del libro. Transmite la sensación de inquietud de un mundo que parece avanzar, pero en el que algo esencial se ha perdido por el camino. El futuro que canta Iron Maiden no es brutal ni explícitamente opresivo; es extraño, frío, ligeramente deshumanizado. Exactamente el tipo de futuro que Huxley temía.

Hay algo profundamente irónico —y revelador— en que sea una banda de heavy metal la que recoja este testigo. Porque el metal, en sí mismo, es casi una anomalía huxleyana. No es música cómoda. No es breve. No es de consumo rápido ni de fondo. Exige tiempo, volumen, implicación. En un mundo diseñado para la distracción constante, el metal resulta casi subversivo: no anestesia, despierta. No relaja, sacude. No simplifica, complica.

Huxley temía una humanidad adormecida por el placer químico, por la felicidad obligatoria y por la ausencia de conflicto intelectual. Iron Maiden, con su música intensa y su obsesión por contar historias incómodas, actúa justo en la dirección contraria. Obliga al oyente a enfrentarse a la épica, a la tragedia, al miedo, a la historia y al futuro. Obliga, por decirlo de alguna manera, a pensar. 
 
Y hasta aquí la brasa, ¡¡qué suene la música!!. :-)
 
 

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