domingo, 27 de agosto de 2023

El infierno de los desagradecidos

 


El 28 de septiembre de 2016, tuve el inmenso honor de pisar el escenario del Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián para participar en Passion for Knowledge, un evento internacional que surgió para promover la ciencia, entendida esta como una actividad cultural esencial que contribuye al progreso social y económico y a la libertad de la sociedad. Aquel día, delante de un plantel de asistentes de los que producen vértigo, con figuras tan importantes de la historia reciente de la ciencia, como la astrofísica Jocelyn Bell y varios Premios Nobel en el patio de butacas, como Dudley R. Herschbach (Química,1986); Martin Karplus (Química, 2013); Claud Cohen-Tannoudji (Física, 1997); y Klaus Von Klitzing (Física, 1985), no se me ocurrió otra cosa que ponerlos a prueba enseñándoles la foto de nuestro protagonista de hoy. 

Tras mostrar las imágenes de nombres como Charles Darwin, Lord Kelvin, Charles Lyell, el matrimonio Curie y Ernest Rutherford, implicados todos ellos en la determinación de la edad de la Tierra, les enseñé la foto de Clair Cameron Patterson. El resultado lo pueden comprobar, si tenéis curiosidad por ver mi osadía, en este enlace, donde sigue disponible. Nadie lo reconoció. Yo tampoco lo hubiera hecho apenas un par de años antes. Y tú, querido lector del blog, ¿has oído hablar alguna vez de él? Mal hecho si es que no, porque es una de las historias que cuento en mi libro Química Asombrosa. ;)

Patterson fue un brillante geoquímico estadounidense que, analizando la proporción de isótopos de plomo en muestras de meteoritos, consiguió determinar con bastante exactitud la edad de la Tierra. En 1956, con los resultados de años de investigación en la mano y un resultado concluyente, fue a visitar a su madre para que fuera la segunda persona del mundo en conocer la edad de la Tierra. Hasta esa fecha, nadie sabía con certeza científica la antigüedad de nuestro planeta. Las estimaciones previas rondaban unas cifras de 3.300 millones de años, pero sin ser concluyentes. La madre de Patterson escuchó esta frase: «La Tierra tiene 4.550 millones de años», un dato que se sostiene prácticamente igual a día de hoy. Con solo este hallazgo, su nombre debería haber sido esculpido en letras de oro a lo largo y ancho de su país y del resto del mundo, bautizando centros de investigación o galardones. Pero no fue así.

Durante los años que estuvo analizando el plomo procedente de las muestras de meteoritos, Patterson se encontró con una contaminación externa que desvirtuaba los resultados de su trabajo. Su desesperación le llevó a crear una de las primeras sala limpias de la historia, filtrando de forma obsesiva el aire exterior que entraba en su laboratorio, implantando procedimientos de limpieza de todo el material y utilizando ropa de protección especial desechable. Tras la datación de la Tierra, centró parte de su investigación en cuantificar los niveles de plomo medioambientales de las ciudades, comparándolos con otros periodos históricos, mediante el análisis de muestras marinas y de estratos congelados del hielo de Groenlandia y la Antártida. 

Patterson advirtió a la comunidad científica de que los niveles de plomo en el aire eran enormes, de hasta mil veces por encima de lo esperable si consideráramos solo un origen natural, experimentando un incremento desmesurado y creciente desde 1920. El origen estaba en la industria de los carburantes para automóvil, en concreto, en el tetraetilo de plomo, un aditivo con propiedades antidetonantes que se añadía a la gasolina. Y aquí comenzó una batalla sin cuartel, entre la todopoderosa industria petroquímica y el genio que calculó la edad de la Tierra. 

Durante más de una década, Clair Cameron Patterson no cesó en su empeño por conseguir la limitación y prohibición de los aditivos con plomo, se enfrentó sin apenas recursos a demandas contra él por difamación, le cancelaron proyectos de investigación, fue apartado de congresos científicos, sufrió el ostracismo de algunos de sus compañeros, pero no cesó de aportar datos y evidencias. En 1976, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) comenzó a reducir progresivamente el plomo en la gasolina, hasta que desapareció definitivamente en 1995, el mismo año que murió Patterson. El descenso de la contaminación fue exponencial.

Cuentan los biógrafos de este nuevo Prometeo que se enfrentó a los dioses del poder, que cuando la prensa publicó el descubrimiento de la edad de la Tierra, un vecino creacionista de Patterson fue a su casa para advertirle cortésmente de que ardería en el infierno. Y metafóricamente, así le ocurrió en vida, tras años de sufrimiento defendiendo la evidencia científica sin descanso. De los desagradecidos está lleno el infierno, que diría Cervantes. 

Gracias, Clair Cameron Patterson. 


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