La química y la poesía nos pueden parecer dos disciplinas muy alejadas entre sí. Una es una ciencia y la otra un arte, pero tras la primera impresión, lo cierto es que ambas comparten un lugar de encuentro común. Química y poesía pueden unirse como una amalgama que nos acerca al lado más lírico de la ciencia, una destilación de sentimientos, evocaciones, belleza, matraces y cromatógrafos. Y con la música de los versos actuando como catalizador de la reacción.
Cuando se habla de los puentes entre química y poesía, siempre sale a relucir el nombre del químico teórico estadounidense Roald Hoffmann y, en particular, su poemario Los hombres y las moléculas. Su obra literaria es el ejemplo más citado cuando se habla sobre cómo la química y la poesía pueden complementarse y enriquecerse mutuamente. Hoffmann nació en 1937 en la ciudad polaca de Zólochiv, que actualmente pertenece a Ucrania, y emigró a los Estados Unidos en 1949, donde estudió química en la Universidad de Columbia. Se le conoce por sus contribuciones a la teoría de la estructura molecular y ha recibido numerosos reconocimientos por sus investigaciones científicas, destacando el Premio Nobel de Química en 1981.
En su obra, Hoffmann utiliza la poesía para explorar temas científicos, utilizando metáforas y analogías que nos ayudan a comprender la complejidad de la química. En Vino viejo, ánforas nuevas utiliza la química como una fuente de inspiración para explorar la experiencia humana. Y en sus poemas, ha utilizado el lenguaje de la química para abordar temas como el amor, la muerte y la identidad. Los versos de Hoffmann son un ejemplo de cómo la creatividad y la imaginación pueden ser fundacionales, tanto en la creación científica como en la literaria. Y nos enseña que la poesía puede ser una herramienta muy valiosa para despertar la curiosidad hacia la ciencia y convertirla en accesible y emocionante para las personas sin formación científica.
Hoffmann es un superviviente del Holocausto. Tras la ocupación alemana de su ciudad natal, toda su familia fue encerrada en un campo de concentración. Su madre y él pudieron escapar sobornando a unos guardias y permanecieron escondidos en el altillo de una escuela hasta el final de la guerra. Peor suerte tuvo su padre, que fue asesinado por los nazis cuando descubrieron su participación en un complot para armar a los prisioneros de los campos.
Otro químico y poeta que sobrevivió a la infamia de la Solución Final fue el italiano Primo Levi. Durante la Segunda Guerra Mundial, Levi se unió a un grupo de partisanos italianos que luchaban contra la ocupación nazi de su país. En 1943, fue capturado por los alemanes y enviado al campo de concentración de Auschwitz, donde pasó más de un año. Levi sobrevivió en Auschwitz gracias a sus conocimientos de química. Encontró en el laboratorio, en el que trabajaba junto a su amigo Alberto, unos cilindros de ferrocerio, que utilizó para fabricar piedras de mechero que cambiaba por comida. Lo contó en su libro El sistema periódico de esta manera: «Una piedrecita de mechero se cotizaba lo mismo que una ración de pan, es decir, valía tanto como un día de vida. Yo había robado por lo menos cuarenta cilindros, de cada uno de los cuales se podían sacar tres piedras de mechero acabadas. En total, ciento veinte piedrecitas, dos meses de vida para mí y dos para Alberto». Después de la guerra, Levi regresó a Italia y se doctoró en química en la Universidad de Turín. Durante tres décadas, compaginó su trabajo en la industria química con la escritura. En la obra de Primo Levi encontramos sus memorias, novelas, ensayos y mucha poesía.
En el enlace covalente entre poesía y química destaca también la unionense María Cegarra, una brillante poetisa que fue amiga de Miguel Hernández. Ejerció como perito químico, siendo la primera mujer en serlo en España, antes de dedicarse plenamente a la enseñanza. La evocación química en los poemas de María Cegarra alcanzan su máxima conexión en su libro Cristales míos, con versos como «Hidrocarburos que dais la vida: Sabed que se puede morir aunque sigáis reaccionando; porque no tenéis risa, ni mirada, ni voz. Sólo cadenas» o «La sonoridad de las ebulliciones y de los alambiques, es como un viento sin mar y sin molinos».
Dylan Thomas dijo en una ocasión que el mundo no vuelve a ser el mismo cuando le agregamos un buen poema. Pongamos poesía en nuestras vidas. No hay mejor química que la lírica.
[Una versión de este artículo se publicó en el diario La Verdad el día 5 de marzo de 2023]
"La poesía de la materia" es una obra que trasciende las barreras entre arte y ciencia. A través de la escritura, el autor teje un tapiz de imágenes y metáforas que capturan la esencia misma de la materia y su interconexión con el universo. Cada verso es una ventana a la maravilla de la naturaleza y la profundidad de la existencia. La habilidad del autor para fusionar la poesía con conceptos científicos es notable, creando una sinfonía de palabras que invita al lector a contemplar el mundo desde una perspectiva única. "La poesía de la materia" es una oda a la belleza intrínseca y la complejidad de nuestro universo, y una invitación a explorar las maravillas que nos rodean a través de los ojos del poeta.
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